Si es malo para la naturaleza es malo para los negocios
Proteger los ecosistemas no es solo un imperativo moral: es también un imperativo económico.

Nuestra economía depende completamente de los ecosistemas de la naturaleza para funcionar y crecer. El WEF estima que la generación de valor económico perdido (más del 50% del PIB mundial) depende de forma moderada o alta de la salud de los ecosistemas naturales. El problema es que el costo de esta dependencia no está incrustado en nuestras economías a través de la regulación, lo que nos hace vulnerables a nivel sistémico. En pocas palabras, para el funcionamiento a largo plazo de nuestras economías y sociedades, es necesario abandonar nuestras prácticas de explotación y considerar como relevante la salud de los ecosistemas del planeta.
Para dar un ejemplo de lo que quiero decir, un informe reciente encargado por la Unión Europea encontró que el costo económico de la deforestación equivale aproximadamente al 7% del PIB mundial. Esto puede parecer contradictorio, ya que talar árboles, aunque sea de mala naturaleza, es sin duda un buen negocio; pero solo lo es a corto plazo. Los bosques tienen valor económico más allá de la madera que se extrae de ellos. Filtran la contaminación, absorben el dióxido de carbono y previenen la erosión anclando el suelo rico en nutrientes. Estos son los tipos de beneficios que, aunque sean concretos y definibles, rara vez se consideran en nuestros análisis de costo-beneficio y, por ende, esto nos hace vulnerables a nivel sistémico.
Este ha sido siempre el caso, y solo nos estamos dando cuenta de este hecho ahora… Sí, la mayoría de la gente se ha acostumbrado a ver la naturaleza como un recurso inagotable. Creíamos (y algunos todavía lo hacen) que el mundo siempre permanecería igual. La naturaleza parecía inmensa y abundante en comparación a los humanos (nos consideramos pequeños e incapaces de cambiarla de manera significativa para bien o para mal). Lo bueno es que esto ha cambiado…
Pero imagina si continuáramos pensando así a escala global. Si las abejas y otros insectos murieran, nuestras cosechas fracasarían y nuestros sistemas alimentarios globales colapsarían con todas las consecuencias negativas que ello conlleva. Incluso, antes de que lleguemos a ese punto, las perturbaciones en la producción mundial de alimentos y el flujo de suministro de la degradación ambiental, más el crecimiento poblacional y la urbanización, habrán tenido consecuencias importantes.
¿Qué tipo de consecuencias?
Lo más probable es que impliquen caos y disturbios. Aquí están 3 escenarios que se previsualizan:
En el mundo no se están creando suficientes ciudades ecointeligentes, resilientes ni tampoco se están modernizando las ciudades más antiguas lo suficientemente rápido como para evitar futuros desastres complejos y de gran escala, los cuales deterioren las infraestructuras de agua, energía, desechos, transporte, vivienda, alimentos y seguridad. Consideremos que alrededor del 40% de la tierra del mundo está degradada (deforestación, contaminación, erosión, desertificación, aumento del nivel del mar) y esto podría aumentar al 50% para 2050. Además, las poblaciones urbanas casi se duplicarán para 2050, lo que aumentará la presión sobre la naturaleza, especialmente en las ciudades de los países en desarrollo, donde ocurrirá casi todo el crecimiento de la población.
Así pues, se necesitará IA conectada a IoT y redes de sensores para proporcionar información en tiempo real para la gestión continua del uso del suelo y la reparación, mejora y participación pública urbanas. Los primeros ejemplos de esto son Songdo en Corea del Sur, Masdar City en Abu Dhabi, Neom en Arabia Saudita y Toyota's Woven City en Japón. India está implementando un plan para modernizar todas las ciudades principales para que sean ciudades inteligentes. China ha lanzado casi 200 proyectos piloto de ciudades inteligentes.
A menos que la agricultura y la producción de alimentos cambien, los impactos ambientales de alimentar a otros 2 mil millones de personas para 2050 y mejorar la nutrición de más de 800 millones de personas desnutridas en la actualidad serán devastadores.
Las escorrentías agrícolas (agricultural runoffs) ya están contaminando los ríos y creando zonas muertas en los océanos de todo el mundo. A la par, la agricultura industrial está aumentando las enfermedades transmitidas por los alimentos y puede reducir el contenido de nutrientes de los cultivos, acrecentando así el riesgo de hambre oculta (calorías suficientes, pero nutrición insuficiente). Y es que aunque la desnutrición cayó 19% hace unos 25 años, ha dejado de decrecer desde el 2015. La desnutrición ha impedido el crecimiento de 75,2 millones de niños menores de 5 años en 55 países con crisis alimentaria. Al mismo tiempo, más de 41 millones de niños menores de cinco años tienen sobrepeso o son obesos.
Alrededor del 70% del agua de uso humano se utiliza para la agricultura. La mayor parte de ella se usa para cultivar alimentos que comen los animales destinados al consumo humano. Alrededor del 60% de la humanidad obtiene su suministro de agua de ríos con fuentes controladas por dos o más países. La demanda de agua aumentará a medida que los países de bajos ingresos se industrialicen y agreguen otros 2 mil millones de personas para 2050.
Si eliminamos al "intermediario" (animales) y producimos carne pura directamente a partir de material genético, las emisiones de CO2 se reducirían junto con los requerimientos de agua, energía y tierra. Además, si la agricultura de agua salada/agua de mar se desarrolla a lo largo de las costas baldías del mundo, el carbono se extrae del aire, la demanda de agua dulce se reduce junto con los problemas de lluvia (o falta de ella) y puede producir (entre otras cosas) algas para biocombustibles y materia prima para el cultivo de carne sin animales.
Como vemos, muchos de los riesgos están asociados con las prácticas insostenibles y la sobreexplotación de los ecosistemas y, sin embargo, continuamos con ellos porque no contamos con las estructuras de iniciativa necesarias para cambiar nuestro comportamiento. La ley de un impuesto global al carbono lo hace especialmente evidente.
El riesgo clave radica en que nos enfrentamos a cierto tipo de sistemas con un umbral muchas veces desconocido para nosotros, cuyo paso puede desencadenar un efecto bola de nieve.
El vicio de los humanos
Los humanos, nosotros, siempre hemos tenido una tendencia a la sobreexplotación. Tenemos ese vicio. El problema actual es la interdependencia global de nuestras sociedades, cadenas de suministro y economías, junto con el hecho de que no contamos con sistemas que nos limiten. Esta es la falla del mercado de la fijación inadecuada de precios de las externalidades.
La escala de interconexión de la civilización global significa que los riesgos se vuelven mucho mayores, ya no podemos imaginar que sea un fenómeno local. Por un lado, la interconectividad global nos hace más resilientes porque una falla en una parte del sistema puede compensarse con las otras partes; pero, por otro, significa que un colapso general, si se produce, sería mucho más destructivo.
Pero no todo es pesimismo, hay soluciones o motivos de esperanza. Cuanto más aprendamos sobre la interdependencia de los ecosistemas, más podremos efectuar un cambio positivo. Una de las cosas que se aprendió de la pandemia es que un simple acto pone en marcha un efecto dominó. Si ese acto fuese positivo, se podría generar un ecosistema mucho más saludable y una regeneración gradual.
La naturaleza en su conjunto está formada por sistemas complejos y enredados, y solo ahora estamos comenzando a comprenderlos. Cuanto más somos, más comprendemos su dinámica en un nivel profundo. Cuanto más aprendemos, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos, y esta comprensión podría ayudarnos a aplicar un principio de precaución en nuestro acercamiento a la naturaleza, para que podamos minimizar el aumento de llegar a "puntos de inflexión" en los que el daño que hacemos es irreparable.
Está claro que “Negocios como siempre” no es una opción. Una sociedad próspera no se trata solo de lo que estamos obteniendo, sino de en quién nos estamos convirtiendo, individualmente y juntos.
*Este artículo integra y cita opiniones de expertos como: Futurist Martin Kruse, Casper S. Peter y participantes del Millennial Project Global Challenges, así como al artículo: Futures for the Living World/Forsight 02.